La visita: Aquelarre (o dos análisis)

Hay un instante que define a la perfección lo que es La visita (The Visit, M. Night Shyamalan, 2015). El momento está presente en el tráiler de la película, y es aquel en el que Tyler, el protagonista junto a su hermana Becca, entreabre la puerta de su dormitorio y se encuentra con su abuela, desnuda y de espaldas a él, rascando la pared de enfrente con frenesí. La mera descripción de la imagen, en una película de terror, provoca miedo, pero la reacción de Tyler desmonta totalmente lo esperado. El chaval se mete en la habitación, cerrando la puerta, y le espeta a su hermana, tras la traumática visión: «¡Me he quedado ciego!». Claro coño, es que es su abuela. Hay que tener mucho valor para encadenar de esta forma tan rápida y fluida (acción-reacción) dos géneros antagónicos como son el terror y la comedia y salir airoso de ello, ya que la mayoría de veces que se intenta, lo resultante es una comedia con sustos, no una película que realmente sea capaz de aterrarnos y hacernos reír a partes iguales y desarrollando con plenitud ambas vertientes. La visita es seguramente el mejor film de Shyamalan desde El bosque (The Village, M. Night Shyamalan, 2004), y en cualquier caso es una obra de una enorme valentía, no únicamente porque se atreve a conjugar dos géneros que realmente coexisten en un mismo universo en la cinta sino porque dicho proceso lo lleva a cabo mediante el cada día más denostado (con razón) found footage. Al cineasta indio no parece interesarle tanto el verismo que puede aportar este dispositivo (de hecho lo que vemos es cine dentro del cine, ya que el metraje que vemos es el que Becca monta con las imágenes grabadas por élla y su hermano) como el tono confesional con el que puede usarse, y de hecho la película (dentro de la película) tiene un propósito muy íntimo: servir para unir a una familia rota desde hace años. Becca y Tyler nunca han conocido a sus abuelos, ya que su madre, en su juventud, se fue de casa tras una fortísima y enigmática discusión con sus padres, y nunca los volvió a ver desde entonces. Los niños desean conocer a los abuelos, y por este motivo su madre los deja ir a verlos durante una semana, en la que ella aprovechará para irse a un crucero con su novio (está divorciada del padre de sus hijos), un hecho que no pasa desapercibido en tanto que denota una cierta irresponsabilidad por parte de la madre, dejando ir solos a sus hijos con personas a las que hace muchos años que no ve. Becca desea que su madre se reconcilie con sus padres, y por eso decide grabar un documental durante esa semana con los abuelos. Ese es el planteamiento de La Visita: el cine como confesión, como proceso íntimo, curativo, transformador de la realidad. Si nos fijamos, la familia desestructurada como elemento a reconstruir es algo común a otras obras de Shyamalan, pero en La visita se introduce al propio medio cinematográfico como parte crucial del proceso reparador y, claro, cuando uno abre ciertas puertas, los demonios pueden colarse.

The Visit
La pregunta crucial que debemos hacernos es: ¿por qué La visita es una película de terror? No provoca, ni de lejos, el espanto que otras producciones recientes (James Wan a la cabeza) han conseguido despertar y, sin embargo, podríamos decir que su alcance es muy superior, extrapolable fuera de sí misma, que el de éstas. La razón principal es su esencia como película saboteada, como aquellos documentales que se centran en mostrar el estrepitoso rodaje de producciones que no vieron jamás la luz, véase el Quijote de Terry Gilliam o la reciente Jodorowsky’s Dune (íd., Frank Pavich, 2013), pero introduciendo la noción de fracaso, de carrera de obstáculos entre la película pretendida y la película impuesta, dentro del propio film. Resumiendo, La visita es una exposición clara de la tensión existente entre el Shyamalan que es (el sublimador emocional que le ganó la partida al cineasta de género) y el Shyamalan que reclaman (aquellos nostálgicos de los sustos de El sexto sentido (The Sixth Sense, M. Night Shyamalan, 1999). La visita, en efecto, se plantea como un documental que una chica realiza para conseguir una reunificación familiar, una temática nada extraña en la filmografía del director, y de hecho la película que vemos es ese documental, invadido, contaminado, por la película de terror que tanta gente se empeña en pedir al cineasta indio. La cinta, pues, camina siempre en ese filo entre lo que uno quiere hacer y lo que se le impone desde fuera, y convierte a Becca, la verdadera directora de la película, en un trasunto absoluto de Shyamalan, saboteada también dentro del propio metraje por su hermano, Tyler, quien desde el principio se convence que lo que están haciendo sus abuelos es de todo menos fruto de la edad, que es algo raro y amenazante y, por lo tanto, convenciéndose que está (rodando) en una película de terror. En La visita las imágenes son grabadas desde dos cámaras, normalmente una manejada por Becca y otra por Tyler, lo que traslada la dicotomía terror-documental familiar a la propia forma del film, que también bascula continuamente entre lo que se pretende extraer de la realidad y lo que ésta impone, provocando momentos de lo más curioso (y enmiendas muy autocríticas por parte de Shyamalan) como las entrevistas que los hermanos se hacen en un momento dado el uno al otro, en las que desvelan sus traumas e inseguridades, algo que será clave en el desenlace de la cinta, culminando de hecho el hermanamiento entre el cine de terror y el cine curativo, como si fueran algo indisociable, la última y más auténtica confesión de Shyamalan. En dichas entrevistas, cada uno de los hermanos graba al otro y las imágenes que vemos son curiosamente lo contrario a lo que podíamos esperar: cuando Becca graba a Tyler, lo hace en un desvencijado granero, algo lúgubre, con una puerta abierta al fondo, lo que es un escenario cuanto menos curioso, casi propio de La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, Tobe Hooper, 1974), y fuerza a Tyler a hablar de su padre, de por qué cree que los abandonó y, en definitiva, a desnudarse emocionalmente ante nosotros. Cuando Tyler graba a Becca, lo hace al aire libre, en un paisaje nevado, ella vistiendo un vistoso jersey amarillo, y a medida que transcurre la entrevista, de igual tono confesional para ella, la cámara hace un muy lento zoom in sobre el rostro de la chica, aunque desencuadrándolo hasta que sólo vemos la mitad de su cara. Ella le llega a preguntar a su hermano qué está haciendo, y él contesta que no lo sabe. No deja de ser llamativo que, sin quererlo, Tyler consiga el que seguramente es el plano más bonito y emocionante de toda La visita, sin pretenderlo, como si Shyamalan reconociera que, en muchas ocasiones, la belleza más extrema no se busca, se encuentra, un claro puñetazo al resultadismo cinematográfico, mientras que Becca, la cineasta en ciernes, no consigue extraer toda la fuerza que su entrevista presenta, quedándose a medias e incluso acercando sus imágenes a lo que no busca, la película de terror.

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Hay otras dos entrevistas en la película. Cuando Becca y Tyler, hacia el final de la cinta, ya descubren más o menos qué está pasando con sus abuelos, la chica decide entrevistarlos a ambos por separado, para intentar descubrir finalmente qué es aquello tan horroroso que sucedió el día que su madre se marchó de casa años atrás y vio a sus padres por última vez. Lo que sucede en sendas entrevistas es algo francamente inesperado. Los abuelos, como hacen muchos adultos, deciden contar una historia en vez de contar la verdad. El abuelo explica un relato sobre su juventud, y cómo, cuando era trabajador en una mina del pueblo, se decía que una bestia salvaje y terrible, de ojos amarillos, rondaba en los bosques, y que nadie que se hubiera adentrado en ellos había vuelto. La abuela cuenta algo, si cabe, más espantoso a los ojos de un niño. Habla de unos seres diminutos que viven en un pozo cercano, y que se cuenta en el lugar que estos seres capturan a los niños que se encuentran y se los llevan al fondo del pozo, bajo el agua, donde se quedan dormidos, a la espera que una nave venga de su planeta a buscarlos a todos e irse para siempre. Fue escuchar las historias y pensar inmediatamente que lo que aquellos abuelos estaban contando a sus nietos eran, más o menos, los argumentos de El bosque La joven del agua (Lady in the Water, M. Night Shyamalan, 2006). Y es que La visita también es eso, una malsana reunión de buena parte de la filmografía previa del director indio, como una puesta en duda de toda su obra, el sustrato de la película de terror que quiere devorar a la película familiar que él desea hacer, un pulso entre el derecho, el cineasta libre, y el deber, el cineasta de género que todos desean que vuelva. Es francamente inquietante que en el inconsciente del elemento generador del terror en La visita, los abuelos, se encuentren películas anteriores del propio director, como si ellos fueran encarnaciones de esa reclamación popular, que emparedan la verdad que el Shyamalan más personal ansía descubrir, la ocultan a los ojos de Becca y Tyler, pero también a los nuestros, que queremos darnos de bruces una y otra vez con Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960) o El sexto sentido, también referidas de forma más esbozada en el film que nos ocupa. Porque al final, lo importante es que de sus abuelos, de sus ascendentes, lo que los niños sacan son historias sin sentido, locuras terroríficas, y en última instancia el recordatorio que la muerte está por llegar.

Así pues, volvemos a la pregunta inicial. ¿por qué La visita es una película de terror? Y una de las mejores en mucho tiempo, cabría añadir. Porque, en ella, el terror no es algo que se va a buscar, no es la base de las imágenes, es algo espontáneo, que brota en ellas, que las carcome, que está ahí, esperando a ser documentado. El terror es la realidad.

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