2008’s Top 10: (Re)nacimiento mafioso – ‘Gomorra’

Gomorra (Matteo Garrone, 2008)

«Si hubieras mantenido mi amistad, los que maltrataron a tu hija lo hubieran pagado con creces. Porque cuando uno de mis amigos se crea enemigos, yo los convierto en mis enemigos. Y a ese le temen.»

«Mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos.»

«La justicia, nos la hará don Corleone.»

Es bastante improbable que las tres citas que encabezan este análisis necesiten ser contextualizadas, pues la mayoría sabrá ya de donde provienen. No es necesario ahora realizar ninguna valoración sobre El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972) más allá de una breve sentencia, que para nada devalúa la obra de Coppola: la trilogía iniciada con el film de 1972 provocó que mucha gente tuviera una visión trágica de la mafia (italiana). Sin embargo, en los tiempos que corren, una de las más importantes corrientes del cine contemporáneo es la de trazar un análisis del mundo actual, y más concretamentes de sus sombras, que poco a poco van materializándose de forma progresiva en nuestra cotidianidad. Los vampiros ya viven y campan a sus anchas a plena luz del día, disfrazados de personas normales. Bajo este prisma, la lejanía épica y operística de Coppola no tiene cabida en los inicios del siglo XXI, sino que se impone la necesidad de situarse a ras de suelo para explicar, a modo de compendio local, cómo funciona uno de los grandes negocios al tiempo que una de las grandes perversidades de nuestra época, la de los derechos humanos y la solidaridad: la Camorra napolitana, una de las mayores, más peligrosas, más poderosas y más toleradas organizaciones criminales del mundo. Las tres citas que encabezan este análisis no tienen cabida en Gomorra, la curiosa adaptación que Mateo Garrone ha hecho del ya célebre libro de Roberto Saviano, un film despojado de toda grandeza, reemplazada ésta por lo que podría denominarse una estética de la cotidianeidad mafiosa; o lo que es lo mismo, el neorrealismo aplicado a los orígenes y bases de la Camorra actual.

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Del cielo al infierno

Hay una curiosa evolución en el cine de mafias de la última mitad del siglo XX y principios del XXI que podría resumirse en dos nombres: Francis Ford Coppola y Martin Scorsese. En los casi 20 años que pasaron desde la aparición de la primera parte de El Padrino (1972) hasta su tercera entrega y fin de la trilogía (1990), el modelo inicial se mantuvo inamovible y así Coppola consiguió dibujar, más que un retrato del crimen organizado, un fresco sublimado de la miseria de la condición humana. Así, el encargado de hacer evolucionar el género fue Martin Scorsese, quien sacó a los mafiosos a las calles de las grandes ciudades americanas, convirtiéndolos así en involuntarios cronistas de su país y los bajos fondos de éste. Buena prueba de ello son algunas de sus películas, como Malas calles (1973), Uno de los nuestros (1990), Gangs of New York (2002) o la reciente Infiltrados (2006). Sin embargo, todos estos films (y algunos más que no he mencionado), pese a poseer, por decirlo de algún modo, la fuerza y la potencia del directo, también gozan de una cierta estilización y están pobladas por personajes carismáticos, de una cierta búsqueda del icono (Robert De Niro, Joe Pesci, Daniel Day-Lewis, Jack Nicholson…). Así, en este trayecto del cielo al infierno en el cine de mafias, podríamos situar a Coppola en el cielo, a Scorsese en la tierra y a Matteo Garrone, o mejor dicho a Gomorra, en el infierno. Si el primero opta por la ópera y el segundo por el directo, podríamos decir que el tercero opta por una especie de dejadez de documental fortuïto propia del que coge una cámara, va a un lugar en concreto, y registra lo que allí encuentra. En ello, pues, hay reminiscencias del neorrealismo, la captura de la inmediatez y la verdad por duras que éstas sean y el acercamiento a las clases trabajadoras. Como aquel lejano Roberto Rosselini que mostró la devastación real de Roma y Berlín posterior a la Segunda Guerra Mundial en Roma, ciudad abierta (1945) y Alemania, año cero (1948), Garrone reivindica la herencia de esos films y la utiliza para hablar de los tejemanejes de la histórica mafia napolitana en clave local, yendo a los escenarios reales y registrando (mediante la ficción, pero registrando al fin y al cabo) una representación/selección de las miserias que se dan cita en ellos cada día. Gomorra podría resumirse como el reverso social y estético de la familia Corleone: individuos anónimos en todo momento sobrepasados por un contexto en el que la corrupción y la delincuencia están tan arraigados que no es que los que lo habitan miren para otro lado, es que miran de frente y restan indiferentes.

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La normalización del mal

Más aterrador que ver la sangre que tiñe el suelo, las coacciones que se ejercen, las perversas estrategias de la mafia para enriquecerse, sus también perversos métodos, etc., es la sensación que desprende Gomorra de que eso ha arraigado y ha sido aceptado por parte de la sociedad, que ya no hace nada por combatirlo sino, como mucho, por evitarlo. En los barrios de Nápoles, entre su clase trabajadora, funciona el mercado de droga al aire libre más grande del mundo, y ese hecho, lejos de mostrarse y verse (por partede los personajes) como una lacra, ni es mencionado, se sabe de él pero no se habla de él. El mal está tan extendido que ya ni se cuestiona porque ¿cómo cuestionar algo que, desde el propio nacimiento, se percibe como algo normal? Gomorra muestra en este punto, gracias a todas aquellas escenas (casi todas) que transcurren en el corazón de los barrios obreros de Nápoles, un discurso post-post-apocalíptico. Me explico: así como algunas de las mejroes películas del pasado año (El caballero oscuro, No es país para viejos o El intercambio, que comentaré próximamente) muestran civilizaciones que penden de un hilo (en el caso de Batman podría hablarse incluso de colapso), el film de Matteo Garrone no sólo muestra un mundo en el que ese hilo ya se ha roto sino que va un paso más allá y muestra cómo el mal ya se ha normalizado socialmente a causa de su perpetuación a través de los años (el hecho de que la mafia y Garrone se pusieran de acuerdo para rodar en escenarios reales es de lo más significativo). Claro está que Gomorra habla únicamente de un contexto/microcosmos muy concreto, resultado de años y años en los que ese mal (la Camorra) ha ido echando sus raíces, y que, por ahora, no es extrapolable a demasiados otros puntos del planeta. Sin embargo, y como la película muestra en uno los carteles que aparecen al final, la Camorra ha adquirido acciones para la reconstrucción de las Torres Gemelas en Nueva York. A la memoria me viene entonces El Padrino III (Francis Ford Coppola, 1990), donde Michael Corleone (Al Pacino) invierte en diversas causas benéficas dando una imagen de filántropo. Quizá la institucionalización del mal es el primer paso para su futura normalización. Y quizá Gomorra no es más que el cierre de un círculo: el mal que nace en nosotros, que nos rodea desde el principio, que nace en los niños y jóvenes del film, va escalando socialmente, se institucionaliza y finalmente se proyecta de nuevo hacia abajo, normalizándose progresivamente.

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Nota: pido disculpas por tardar tanto en publicar el Top 10: he estado con mucho trabajo últimamente. Espero poder completar la lista en los próximos días.

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