Sitges ’08 – Capítulo 4: De las ciudades y su uso

De las ciudades y su uso (Tokyo!, The Broken Synecdoche, New York)

Si hace unos días hablábamos de cómo Guy Ritchie culmina con Rocknrolla (y esperemos que ahora decida avanzar en su estilo) su visión sobre el Londres contemporáneo, hoy ha sido el verdadero día de las ciudades en el Festival de Sitges. Las tres películas que hemos visto están ambientadas en tres urbes distintas (Tokio, Londres y Nueva York), y los films reciben influencias de sus respectivas ubicaciones de la misma manera que ofrecen sus propias visiones sobre éstas. Y, si bien los resultados son desiguales (desde los espléndidos Boong-ho y Gondry hasta el fallido Kaufman), potencian interesantes debates acerca de la relación entre una película, su autor, y la relación de éstos con la ciudad donde se sitúa el film.

Tokyo! (Michel Gondry, Leos Carax y Bong Joon-ho, 2008): para el público occidental en el que nos incluímos, las urbes asiáticas siempre nos han fascinado por su lejanía y porque arraigan sus esencias en una cultura totalmente diferente a la nuestra. Entre ellas, Tokio es la que mejor ha sabido aunar tradición y modernidad en un mismo espacio. Tokyo! tiene mucho de ese contraste, tanto en cada uno de los cortometrajes que la conforman como entre ellos. Gondry nos presenta una historia romántica y magníficamente naïf sobre una pareja que busca su lugar en la inmensa ciudad; cada uno a su manera, ambos rompedores a la vez que tradicionales, en un escenario en el que confluyen contínuamente, entre sus paredes, ambos conceptos. El segundo segmento, el de Leos Carax, plantea el del Míster Hyde en la ciudad, que aprovecha el pasado para destruir, literalmente, el presente: el gran problema es que el realizador francés no ofrece demasiados momentos brillantes como este, y al final a uno le queda la sensación que lo que pasa en Tokio podría pasar en cualquier otra gran ciudad. Finalmente, el coreano Bong Joon-Ho nos ofrece una pequeña obra maestra, una auténtica lección de estilo y de sensibilidad, en la que nos describe la alienación que la urbe moderna provoca en sus habitantes y el abandono al que éstos la acaban sometiendo; todo ello de la mano de un hikikomori que, sin tener jamás conocimiento de ello, acabará salvando toda Tokio. Como vemos, sobretodo en el primero y tercer casos, la ciudad tiene su propia esencia y es cada autor el que le da un uso determinado que, globalmente, hacen de Tokyo! un film interesante y estupendo.

– The broken (Sean Ellis, 2008): que el escenario del segundo largometraje, en este caso de terror, de Sean Ellis sea Londres para nada es casualidad. La capital inglesa posee ese clima (casi) siempre frío y lluvioso que, por un lado, es un lugar común en el cine del género y, por el otro y mucho más importante, justifica el uso por parte de Ellis de unos colores y una iluminación que contribuyen a la creación de una atmósfera inquietante, amenazadora y malsana que articula un tono gris y monótono (léase constantemente tenso) que se ve quebrado por los impactos visuales y, sobretodo, sonoros (el ruido de espejos rompiéndose es paradigmático en este campo). Así, Ellis se acerca en algunos pasajes al mejor Hitchcock (y aquí dejo al margen el homenaje de la ducha) como, parafraseando a Godard y salvando las insalvables distancias, «maestro del universo». La única lástima es el hecho del odioso recurso tan común en el terror contemporáneo de los planos-inserto que recuperan rápidamente imágenes ya vistas y del consabido flashback final que despeja innecesariamente una sugerente y enigmática elipsis. Sean Ellis demuestra durante casi todo el metraje que no toma al espectador por tonto sino todo lo contrario, lástima que en algunos momentos se le olvide.

Synecdoche, New York (Charlie Kaufman, 2008): al justamente reverenciado guionista Charlie Kaufman le ocurre, en su primera incursión en la dirección, exactamente lo mismo que al personaje de su opera prima: la obra se le va de las manos, acaba superándole y comiéndose al creador. Eso no tendría nada de malo (la creación que destruye al hacedor es un tema interesantísimo) si no fuera porque Kaufman se pasa casi toda su película mostrando y demostrando la validez y los eficientes resultados artísticos que reporta la tenaz megalomanía de Caden Cotard, un dramaturgo interpretado por un Philip Seymour Hoffman titánico, un hombre que ejerce de demiurgo de una Nueva York teatral y por lo tanto tan falsa como tangible. A Kaufman no le da la gana (porque es suficientemente listo como para verlo) de ser consecuente y, si durante 110 minutos ha apostado por la condición de Dios de un artista en relación a su propia obra, que acaba mezclando realidad y ficción hasta límites insospechados, acabar la película llevando al extremo ese planteamiento que el propio personaje reclama, en vez de optar por la comodidad más hipócrita. Aún así, Synecdoche, New York tiene grandes aciertos, un guión muy ingenioso, y buena parte del film ofrece cotas elevadísimas de autoría y personalidad. Y precisamente por eso ese final duele tantísimo.

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