Sitges 2011 (2): Primeras conexiones

Los encuentros con los otros, con el paso de los primeros días del festival, ya han empezado a florecer. Entre film y film, compañeros de redacción/afición, amigos a los que hace tiempo que no veía, esa persona que nunca te deja en paz y en el fondo se agradece, y Carlos Pumares. Sí, Pumares me brindó una impagable lección de castas en esto de la crítica que fue toda una cura de humildad ante cualquier tentación ufana por tener una reluciente acreditación de prensa, en un momento para el recuerdo cuando él consiguió, cuando ya no quedaban, un ticket para ver el único pase de The Turin Horse (A Torinói lóBéla Tarr, 2011), mientras que yo me quedé con la cara de tonto y tuve que comprarlo religiosamente. Pero bueno, siempre es mejor que te pase eso con Pumares que con cualquier otro, ya que al menos te echas unas risas.

Poco a poco, uno se va integrando en el tejido humano y fílmico del festival, aunque curiosamente mi primer día entero en Sitges fue más un ir y venir entre hoteles y un par de películas poco representativas respecto a lo que es Sitges. The other side of sleep (id.Rebecca Daly, 2011) explica la mortecina historia de una joven de una zona rural irlandesa cuya madre murió asesinada cuando ella era pequeña, lo que le provocó un profundo trauma que le impide dormir tranquilamente y relacionarse con la gente de forma normal. Contada de forma voluntariamente lánguida, The other side of sleep pertenece a lo que yo llamo cine-muro: películas que, sin necesidad de ello, levantan una pared entre las imágenes que las configuran y los que tienen que verlas, dificultando enormemente cualquier transmisión expresiva, tanto por la vía del argumento como de la forma. Cuando Godardlamentó que el cine hubiera seguido el camino de Antonioni, probablemente se refería a este tipo de cintas, que hablan de la incomunicación y la imposibilidad de relacionarse con la realidad de forma adecuada, pero que, quizá imbuidas por ese mismo espíritu, también fallan estrepitosamente a la hora de transmitir todo sentimiento de soledad y dolor, ya que a base de miradas perdidas y planos repetidos y breves de la protagonista caminando en la noche hacia ninguna parte, únicamente queda el vacío, un agujero negro que también se traga a la película, sumiéndola en la nada. No estamos hablando de impostura, sino de una peligrosa frecuencia tonal, cercana al silencio.

En Jane Eyre (id.Cary Fukunaga, 2011), por el contrario, sucede algo completamente opuesto: en su fondo, en sus imágenes, corre un torrente de emociones imparable, ya sean el amor, la tenacidad, la opresión, el dolor o la muerte. Sin embargo, el director opta por transformar ese torrente en un río de aguas subterráneas que corre bajo el film, por lo que el cineasta se dedica a filmar las oquedades que quedan tras la constante erosión que las aguas provocan. Las emociones que laten en Jane Eyre, la historia original de Charlotte Brontë, el lenguaje antiguo y detallado, son el río subterráneo, mientras que la película de 2011 equivale a la cueva que ha quedado tras el paso de las décadas. El romanticismo gótico que emana del film, pues, es únicamente el provocado por los elementos ya presentes en el libro de Brontë, que constituyen el corazón de la película, mientras que su revestimiento, su forma actual, son el sutil e icónico envoltorio al que el director da forma con sumo cuidado en todos los aspectos para hacernos partícipes de la evocación de las aguas invisibles. La precisión de Jane Eyre, en su diseño de producción, vestuario, fotografía, montaje y dirección de actores, es ciertamente encomiable y poco común de ver en ese tipo de películas, y lejos de anquilosar la historia y enfriarla, la vuelve sumamente enérgica, ya que en la filmación de las cavidades creadas por emociones vividas mucho atrás, percibimos el rastro de ese pasado lejano y, al mismo tiempo, nos asombramos ante las curiosas formas que éste ha dejado en el presente.

Los días avanzan, y las primeras asociaciones entre películas presentes en el festival surgen con tanta fuerza como posible gratuidad. El primer domingo del certamen de este año fue el día de las bandas. Ya fueran los pirados mafiosos de Smuggler (Sumagurâ: Omae no mirai o erabe, Katsuhito Ishii, 2011), los matones de Nueva Orleans de The Mortician (id.Gareth Maxwell Roberts, 2011) o los impetuosos chavales de la ingeniosa Attack the block (id.Joe Cornish, 2011), todas ellas son películas que comparten dos cosas: la primera es que los protagonistas son desclasados, seres marginales situados en las fronteras de la sociedad (el joven fracasado de Smuggler,  el forense casi autista de The Mortician o los jóvenes de los suburbios londinenses de Attack the block) que se las deben ver con entidades superiores, más numerosas y organizadas, para así poder reintegrarse a la realidad, reconectar con sus vidas. La segunda característica común a las tres cintas es que todas ellas se instalan en la posmodernidad, en el juego reflexivo sobre lo que cuentan antes que en contarlo en complicidad con el material en cuestión. Smuggler cuenta la historia de un joven japonés que, para saldar sus deudas, se ve obligado a trabajar deshaciéndose de los cadáveres de la mafia. Con un estilo frontal y una estructura por capítulos, Ishii sigue la estela de su célebre secuencia de acción en Kill Bil Vol.1 (id.Quentin Tarantino, 2003) para realizar en proceso contrario que llevaba cabo en la cinta de Tarantino, ya que si allí los cuerpos se volvían líneas de dibujo y el celuloide se volvía cómic, en Smuggler es un cómic el que se vuelve cine, dejando su rastro en forma de personajes icónicos (el asesino Vértebras, el mafioso que fuma, la banquera, etc.), unos cuidadísimos y expresionistas escenarios y, también, la ya citada estructura capitular. Todo ello para contar una frenética historia de iniciación a la edad adulta, de autodescubrimiento, y también de asunción de nuestra parte oscura que, seriedad al margen, se disfruta de lo lindo.

Mucho más calmada y estilizada es The Mortician, extraña película en 3D sobre la Nueva Orleans post-Katrina-post-crisis financiera que muestra sin concesiones la cara más amarga del sueño americano. No es casualidad que, en plena era Obama, el forense protagonista de esta suburbana historia sea un hombre negro que, incapaz de relacionarse adecuadamente con los otros debido a un trauma de infancia, se dedica únicamente a examinar cadáveres en su trabajo y disecar animales en sus horas extra. Como tampoco es casualidad que el escenario del film sea Nueva Orleans, emblema de los fracasos de la administración Bush en política interior que, hoy en 2011, sigue llena de ruinas y escombros, incapaz de reconstruirse, demasiado herida, una llaga que la crisis no ha hecho sino que agrandar. En este escenario, filmado en un 3D que dota de gran inmediatez y densidad a esas imágenes recurrentes, al estilo Ozu, de fábricas, descampados, edificios o naves que se caen a pedazos o ya lo han hecho, el director propone una historia de (re)inicio de todo, de ese presente petrificado ante el desmoronarse del mundo que encarna el protagonista, y también de la esperanza ante el incierto futuro, representado en Kane, el niño al que el personaje interpretado por Method Man ayudará a escapar de las garras de su padre, un matón callejero que quiere acabar con él al darse cuenta que el niño no lo acepta como padre. The Mortician es un cuento oscuro, y si la luz emana de los personajes buenos antes que de las luces (faroles, fluorescentes) que iluminan la cinta, las sombras siguen amenazando con engullirlo todo desde el fondo del encuadre.

Las conexiones que se van estableciendo entre las películas van a más cuando coinciden, casi consecutivamente en su visionado, tres de los films más esperados de este Sitges 2011: lo nuevo de ese genio llamado Hitoshi Matsumoto, el retorno de nuestro querido Takashi Miike y el adiós al cine de Béla Tarr. Pero también se unen Naomi Kawase y la revelación Bellflower (id.Evan Glodell, 2011) de forma inesperada, de la misma forma que Coppola se encuentra con Poe y poco después con Perrault y Pulgarcito. Encuentros y más encuentros.

También publicado en Cineuá.

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